miércoles, 16 de junio de 2021

UNA GOTA CAYÓ por Jonathan A. Botón

Una gota cayó. Era de sangre, de ti, que luchabas por tu libertad, de ti, a quien dispararon sin piedad, de ti, cuya voz aún se escucha en el pueblo, en la calle, en cada lugar. Una gota cayó. Era una lagrima, de quien más te amó, una lagrima que en la peor de las tristezas terminó, Una lagrima por el intento de protegerte que al final falló. Una gota cayó. De sudor, por el cansancio de quien aún lucha, por el cansancio de quien no cae en la penumbra por el cansancio de quien por terminar tu objetivo se resiste y no renuncia. Una gota cayó. De lluvia, que en traer el invierno insiste, que me recuerda ese momento y el frio que tu sentiste que me recuerda, tu alegría, tu sacrificio y entrega aunque me ponga muy triste. Una gota cayó. Pero tu voz no calló.

La violación, por Jonathan A. Botón

LA VIOLACIÓN Te maltrataron, te ultrajaron, te golpearon sin piedad, te han robado la belleza, también la felicidad. Ten han vendido en el mercado como un objeto más, te humillaron como nunca, Perdiste la libertad. Han violado tus derechos, esa es la realidad, la historia no se repite esta vez tu lucharás. Tú, mi querida patria, que tan desechada estás, gracias a tu pueblo unido, de nuevo te levantarás.

CADA GRANO CUENTA de Jonathan A. Botón

CADA GRANO CUENTA Cuenta cada grano, Cuando los músicos cantan las voces se levantan y todos somos hermanos, cuando dibujamos y pintamosen paredes y calzadas. Hay granos pequeños y otros más colosales, todos son importantes, lo que vale es el intento, dejarse todo en la calle para darlo todo de nuevo. Algunos que ya se fueron y otros que aquí quedamos, a quienes siguen luchando mi respeto verdadero, a quienes ya se marcharon la muerte si quiera es morir, morir es ser olvidado. Granos en el encuentro, que algunos van a ignorar, sin embargo, ahí estarán no para ser un desierto Sino en una tormenta de arena, que nadie puede parar. Por eso, cada grano cuenta.

Crónica periodística de Miguel Ángel Daza Cardona

Crónica periodística El día después del paro “¡Volvieron mierda las calles estos hijueputas!” Me decía don Montero; un anciano de más o menos 65 años, según la cartografía que hice de su cara, la cual ostentaba una rara capacidad para ser despectiva con sus muecas. Desde hace años vivía en esta esquina del barrio Puente Grande, lugar donde el día de ayer 6 de mayo, sé vibró una fuerte batalla campal entre el ESMAD y un grupo de jóvenes manifestantes. El conflicto afecto tanto cuadras del barrio kassandra, como del barrio puente grande. La casa de don Montero, de escasos 150 metros (espacio mortal para un claustrofóbico, según algunos hacendados colombianos); fue una de las afectadas por la violencia de las acciones. -Cuénteme don Montero ¿A quién se refiere cuando dice hijueputas? pongámosle blanco a la putiada para que no se den confusiones. - Mire, yo me la paso aquí sentado cuidando hasta el último rincón de esta, la que considero mi esquina (en eso tenía la razón, su lote casi era la mitad de toda la cuadra), pero ayer no pude, porque pasaron un montón de ñeros gritando y tirando piedras. -¿Usted los vio tirándole piedra a su ventana o a su fachada? -¡Yo que me iba asomar! ¿¡para que me descalabraran con una roca?! Mire todo ese pedrerío al lado de mi casa, eso es prueba de ello. - Bueno, pero eso no significa que se las hallan tirado a usted o por lo menos no a propósito. -pues el hecho es que mírelas ahí, siguen ahí. Decía todo esto aún más aireado que antes, y acompañaba cada palabra con violentos ademanes de sus brazos, lo que avivaba el olor ha guardado de su traje de paño, y, permitía entrever el serio conflicto de colores en sus prendas que, no se dejarían convencer para combinar entre sí. La paciencia y la lentitud de caracol (lentitud de caracol refiriéndome al animal, no se vaya a malinterpretar con la lentitud e ineptitud del medio de comunicación), que asumí en esta entrevista, me revelaba una rabia incomprensible, en tan pocos minutos; si no fuera por el grosor de esos lentes acomodados en su cara, seguro me hubiera destajado esa punzante mirada llena de rabia (o el gamonal que llevaba dentro). Precisamente sus ojos me permitieron comprender algo de su malestar. Aquellos ojos debían taladrar todos los días esas cavernas de carne, propensas al derrumbe de su piel; en las que los años, los habían incrustado. Vivir para este hombre era un compendio de batallas pequeñas por conseguir lo más obvio: despertar, moverse, comer, ir al baño, etc. De esta manera entendí que, no era por los achaques de la vejez, sino todo apuntaba a un compulsivo deseo de ahorrar en todos los sentidos. Su ropa vieja pero, lustrosa, con perfumes de guardado; y sus constantes muecas ante el movimiento (cualquier movimiento), de la gente, revelaba algo de ello. Seguramente este señor se encerraba para ahorrarse momentos; para no gastar vida. No me atreví a preguntar la causa de este comportamiento, porque no creo que se atreviera a responder. ¡¿Cómo pedirle a este hombre que no juzgara con tanta crudeza el derroche de vigor de estos jóvenes?! Arriesgándome al desastre, le hice una última pregunta: -señor Montero, usted ¿cree que esta protesta; cosa rara en este lugar, no deja nada positivo para las personas del barrio? -¡Que positivo ni que nada! mire como me dejaron las calles manchadas; marcas de golpes en las paredes; vea ese tizne negro que dejo la quema de llantas y tras del hecho tiraron esos alambres ¿qué bien puede traer toda esa ruina? ¿Dígame? ¡Ah! No sé cómo logro responder a esto, pues, en su cuello se notaba la asfixiante tensión ocasionada por la pregunta, pero bien que le pudo más el deseo de responder y renegar del paro. Yo Estaba decidido a terminar la entrevista, no encontraba más respuestas que la misma en diferentes tonalidades; cuando de repente, surgió de entre el poste de la esquina atrás de nosotros, del lado del semáforo en dirección a Mosquera; un hombre; ello me alcanzo a asustar un poco, y él lo noto también. Vestía de manera humilde, casi rozando la pobreza, yo pienso que tenía 50 años pero, parecía de 49. Este se acercó hacia nosotros a paso lento; no con el afanado paso lento de un hombre con dos piernas, sino con el obligado paso lento de un hombre con una pierna y dos muletas. - Perdone si lo asuste, señor; tantos años llevo trabajando como calibrador en este lugar que, parece que yo fuera una elongación del pavimento, algunos hasta me verán como un poste que se mueve mucho ¡qué sé yo! He escuchado lo que ha dicho el señor Montero y creo saber cuál es el motivo de su disgusto. - ¡Ah, sí! Cuénteme más ¿señor? -Paisa, dígame Paisa. -Bueno, señor don Paisa, ¿me decía? -Póngame pues cuida’o. Lo que hicieron los pelaos de por aquí y los chatarreros del porvenir fue arrancar piedras de las ruinas que habían dejado los señores del IDU, en su joda por ampliar la calle 13; para enfrentarse a los del ESMAD, después muchos de esos chinos aprovechando el revuelo, siguieron rompiendo los muros de esas casas derrumbadas a medias para llevarse las varillas de las planchas y de las bases. Fue la navidad de estos recicladores, y del dueño de la chatarrería, por supuesto. Y aquí entre nos, cuentan las malas lenguas (que suelen ser Las buenas) que los “tombos” fueron a pedir su parte a los dueños de las chatarrerías. El señor se debe de estar quejando porque en su esquina, (que antes no lo era, pero tuvo ayuda del IDU para deshacerse de las casas que le competían por el título de esquinera), los vándalos del IDU (pues, son vándalos los que dañan la infraestructura y atentan contra las casas de la gente ¿no?) dejaron bien limpios los lotes alrededor de su pequeño hogar, recogieron las piedras y colocaron cerca para que no les hicieran competencia en la expropiación de casas, en solo medio día hicieron esto. Y los otros “vándalos”, los pelaos le hicieron estragos, rompieron, buscaron, sacaron en tres días y no recogieron la basura, ni limpiaron los trozos de piedra de la calle, de sus calles. ¡Ahí está el problema! ¡Barrer! ¡Hay que barrer! unos tiene la maquinaria para barrer y borrar las huellas del desastre en poco tiempo (como si nada hubiera pasado), y los otros no tienen ni la maquinaria, ni la mano de obra para repartir el tiempo en destruir y cubrir el rastro. El desorden es lo que afecta al señor Montero y a muchos otros de por acá, el desorden desvaloriza la esquina, las esquinas. No había terminado de hablar el Paisa y ya don montero había puesto rumbo a su casa, a reparar el desgaste que había tenido en el día. Agradecí al Paisa por su análisis y este se perdió de nuevo en la rutina de estas calles. Pensando en las últimas palabras de este hombre, me baje del andén para quedarme en medio de la carretera; quería ser parte de ese desorden, y como el peor de los tiranos (para los grandes propietarios), desvalorizar por un momento aquellos humildes y pequeños predios de 150 metros.

lunes, 14 de junio de 2021

Εm.moría / Memoria / Me moría de Heidy Castro

Ánima, en alegoría al olvido, hoy recordemos. Que ayer moría y hoy necesito recordar, me resbalaba entre vacíos poco elocuentes y deslucidos, fallecía frente a la vida llena, mientras nacía, agotada y pequeña, la luna en la inmensidad.  ¡Que alguien me escuche! Que siento una voz caminando por mi cuello, pero no escucho un solo aliento. Que he despertado hace tiempo y volver a dormir sería recaer en la ignorancia de lo omnisciente, que camino durante horas y he olvidado lo que significa descansar unos pocos minutos. ¿De qué se trata el tiempo? Si es que los recuerdos que le constituyen se disfrazan sobre el constante hábito de olvidar; si el tiempo se trata de recuerdos, ¿Dónde me encuentro cuando olvido? Si, por el contrario, el tiempo no se sitúa en recuerdos, sino en posibilidades, ¿por qué hay un desasosiego que me atrapa ahora mismo si no hay posibilidad que nazca de la nada?, si el tiempo es una representación legítima de las posibilidades en sí mismas, ¿Cuándo hablaremos del presente que nos cobija y atrapa feroz y volátil en un abrazo sutil y destructor? Porque si hablaré de una alegoría al olvido, debo recordar: que en medio del desasosiego que nos enferma por estos días, la fuerza pública golpea, asesina, viola, tortura, engaña, produce y reproduce discursivas de odio hacia civiles y estos son apoyados y difundidos por las fuerzas estatales; me veo en la obligación de recordar que provenimos de un atemporal nacimiento violento en medio de las guerras y que aun hoy en día, se replican botines indistintos y representativos que descansan sobre formas femeninas frente a los instintos de machos cabríos reproductores de lamentos e hijos de una patria desangrada y manoseada.  Si hablaremos de memoria, o más bien de olvido, es menester recordar, pero no recordar cualquier cosa, recordar la historia que nos construye, la infamia que nos precede, las memorias que nos habitúan a una situación temporal, porque para hablar de tiempo y comprender mi sentir de mayo, debo arraigarme ante las formas temporales establecidas; pasar por los olvidos que se sientan a esperar sobre las memorias ancianas y precarias, valorar las pocas situaciones del enojado presente y asumir la tarea de divagar sobre el diluvio de posibilidades que construyen el patológico futuro. Entonces, caminaré, débil y escasa, por la radiografía estructural que nos habita en desorden y nos encierra en las noches de lúgubres y funestos secuestros del insomnio. Y es que, hablar de la patria, es hablar de muerte; los actos violentos que nos cobijan son legión y más allá de reconocer los motivos nacientes al recordar estos sucesos de dolor y melancolía, es menester señalar que no se trata de un surgir coyuntural, se trata más bien de conflictos estructurales y violencias sempiternas que emanan olor a patria. Algunas personas parecen necesitar la caricia cercana de la muerte para reconocer que hay gente muriendo. En alegoría al olvido, recordemos, que las palabras son pocas, el tiempo cruel, la desmemoria constante y el rememorar, un auxilio necesario.

Poema y cuento de Miguel Ángel Daza Cardona

“¡Ay! de nosotros aquí en este encierro, cuando el calor aumente y los sudores se mesclen con el hervor de la mierda, cuando el fermentado olor del mortecino enardezca la violencia en la danza de los tábanos, entonces veremos surgir una elaborada masa de gentes que creíamos amorfa, nacida en los márgenes de una geografía delimitada con firma y apellido. Ese día, el día que la miseria ascienda desnuda nos acordaremos de todos sus nombres; acaecerán todos los remordimientos por la tribulación de aquellos que según nuestro ingenuo liberalismo escogieron mendigar y morir.” A. contreras ¿Cómo desoldar a un hombre? ¿¡Abra rápido o es que saco la “taza” en arriendo!? Los gritos traían estas palabras que penetraba sobre los escasos dos metros del baño donde estaba encerrado don Rafael. Pequeño lugar dirían muchos, sin embargo era del tamaño necesario para asemejar al confesionario de una iglesia católica. Allí don Rafael se desahogaba ante sí mismo, pues no había juicio más certero que el propio. Quien más podía dar testimonio de sus enormes trastornos sino el. Tristemente el desenlace de esta confesión era el mismo que en las iglesias católicas, terminaba frustrado y sintiéndose más culpable. Hubiese resuelto sus problemas, sí, lo hubiese hecho; pero díganme ¿quién en quince minutos, tiempo en que lograba apropiarse del baño, hubiese hecho una epopeya? Piensen que era el único baño en un parqueadero de ciento cincuenta trabajadores, que en 8 horas laborales necesitaban dar libre expresión a sus intestinos por ello no gozaba del tiempo necesario, ni del oxígeno adecuado para hacerle frente a la voluptuosidad de sus propios temores y olores. Aun así conseguía algunos minutos en los que lograba enhebrar sutiles pensamientos propiciados en gran mayoría por su mirada. Aquellas cuencas maltratadas, de esclerótica ya no blanca sino rojiza, acribilladas por el constante fogonazo que derretía el metal de las varillas de soldadura y de paso iba diluyendo los globos oculares de don Rafael. Atraído por la accidentada y ruinosa silueta que le devolvía el espejo. Caía en picada sobre un abismo de nostalgia en los centímetros y pulgadas de aquel escarpado relieve que era su cuerpo. Al llegar a sus manos; a aquello que una vez fuesen sus manos, permanecía petrificado ante la deformidad de lo que veía: ese era el resultado de padecer veinte años de soldador. (No le agrego ningún otro adjetivo a soldador, pues quienes saben de aquel trabajo, entienden que es un suicido lento y sufrido). A la mano derecha le faltaban dos dedos, perdidos en la rebelión de un disco de corte, que negándose a ser una circunferencia atrapada en el centro de una pulidora decidió hacerse pedazos para conseguir su libertad y de paso le dio la libertad a un par de falanges (en contra de su voluntad); poseía más cayos que dedos, hace tiempo estos habían logrado suplantar a la piel lozana y vestían a esta mano con apariencia de muerte. A la mano izquierda le faltaba el dedo índice y la mitad del pulgar, estos los perdió en el confuso hecho de un martillazo dado sin querer. Imagino por un momento lo terrorífico que hubiera sido si le daban el martillazo queriendo ¡hasta el alma se la hubiesen desmembrado! ¡Ah! cuanto debía esforzarse para recordar tan siquiera que había cinco dedos en cada una de sus manos. Cuando comenzó veinte años atrás tenía la fuerza necesaria y la firmeza en ellas para sostener una cerveza aunque lo movieran; cosa importante en un contexto donde se saludaba con sus compañeros empujándose o dándose golpes mientras bebían, por recocha (?). Ahora era fácil que dejara caer la cerveza, el mas mínimo empujón causaría su fuga por entre los pocos dedos que le quedaban. El paliativo que se suponía lo salvaría de la angustia lo estaba condenando. De esta manera se obligó a convivir con los fantasmas de su cuerpo; a invocarlos en sus momentos de ebriedad y más tarde en aquel baño a exorcizarlos frente al espejo. ¿¡Pero qué, no sabe cómo frenar la cagada o lo trabo el olor!?; gritaron más duro mientras pateaban la puerta. No había más que hacer sus fragmentados recuerdos debían cesar, se acomodó su chaqueta de yin, sus guantes de carnaza y al ojear por última vez el espejo reconoció aquella silueta. ¡Soy un soldador! dijo mentalmente; ¡eso soy! Sin su overol le costaba reconocerse. Era ese traje sucio y harapiento el que le consagraba una identidad. Entonces sin su trabajo ¿era un hombre inútil? Se preguntaba. Esta vez golpearon más fuerte y un poco más desesperado, ¡apriete, bien duro pa’ que saque fuerza! Grito hacia la puerta don Rafael, seguido de esto se murmuro a sí mismo: ¡ya no más! ya es mucho de esta pendejada. Se chanto su cara de pocos amigos y mirándose por última vez en el espejo solo pudo reconocer a un soldador. Al salir del baño una multitud se abalanzo en fiera lucha por aquel pequeño lugar, don Rafael mirando de reojo la revuelta se preguntó, si ese cuarto de baldosa percudida que fungía como su confesionario ¿no lo sería también de sus compañeros? Ese día: lunes, 4 de marzo del 2019, a eso de las cuatro de la tarde; don Rafael moriría carbonizado por la explosión de un tanque de gasolina en cuyo interior él se encontraba soldando. Ojala que en aquel baño otros de sus compañeros decidan quedarse encerrados más de quince minutos, quizás con más tiempo logren descifrar lo que otros no han descifrado, pues, tal vez no sea solo el asombro, o solo la angustia las que nos hagan dar respuestas a grandes preguntas, quizás se algo mucho más interior, más profundo; un dialogo intestinal con la cagada que somos.

UNA GOTA CAYÓ por Jonathan A. Botón

Una gota cayó. Era de sangre, de ti, que luchabas por tu libertad, de ti, a quien dispararon sin piedad, de ti, cuya voz aún se escucha e...